top of page

Ciencia para gente de letras

With The Beatles

Cuando traduje al español mi primera canción de los Beatles, con objeto de interpretarla con mi grupo vocal de Stanford, The Quarterbacks, en la fiesta de Acción de Gracias de Alpha Ñeta Pi, la fraternidad latina a la que yo pertenecía, dediqué mucho tiempo a buscar el significado de ob-la-di ob-la-da. Repasé durante varias semanas todos los diccionarios y manuales de teoría de la lengua inglesa de las bibliotecas del campus, pero no di con una expresión satisfactoria. Entonces pensé que era posible que, como antes hicieran en Michelle,  Lennon y McCartney hubieran recurrido a alguna frase en francés u otro idioma para dar un toque cosmopolita a la composición, pero tampoco obtuve frutos al seguir esa pista, que al menos me ayudó a mejorar mi ya apreciable conocimiento de algunas lenguas extranjeras. Finalmente tuve que rendirme e improvisar una traducción ficticia: tras barajar tralarí tralará, que se me antojó adecuada pero algo ingenua, y por aquí, por allá, que tenía ciertos ecos picantes que juzgué prudente evitar, me decanté por paz y amor, mucha paz, ya que me pareció que encajaba bien con el espíritu ‘hippie’ de la legendaria banda. Aun hoy sospecho que esos genios usaron dos palabras sin sentido como broma surrealista. ¿Quién sabe? :D

*Luis Orlando Vargas es licenciado en Física Cuántica por la UNAM y Máster en Computational Sciences por la Universidad de Stanford. Tiene conocimientos de Matemáticas, Literatura, Pintura, Historia, Astrofísica, Música, Gastronomía, Cinematografía, Deportes, Economía, Arquitectura, Escultura, Química, Filosofía, Diseño Gráfico, Motor, Jardinería, Política, Lógica Formal e Informal, Retórica, Telecomunicaciones o idiomas como el Inglés, el Francés y el Latín Clásico. Ocasionalmente ejerce como traductor, si bien en la actualidad se dedica a la divulgación científica. Es autor del libro Pascal: el hombre tras el mito. Una biografía del padre de la pasteurización (RBA Coleccionables, fuera de catálogo) y varios cuadernos autoeditados de poesía. Es miembro de Mensa USA y Mensa España, con un CI estimado de 140, aunque él no le da importancia a ese dato. A lo largo de los últimos años, se ha destacado en la defensa del escepticismo y la lucha contra las teorías conspiranoicas.

Anchor 4

Cuento esta pequeña anécdota para introducir la idea de que la música de los Fab Four (así los llamamos los entendidos) es impredecible, compleja y no apta para todos los paladares. No me refiero a las engañosamente accesibles canciones de sus primeros discos, que son las favoritas de Salomé –mi encantadora esposa– y que yo también aprecio, sino a las que aparecen en los últimos, más experimentales y a mi entender más maduros. Tal afirmación, la de que los LP adultos de los Beatles son superiores a los juveniles, me ha costado no pocas discusiones no sólo con la misma Salomé, sino también con muchos supuestos beatlemaníacos, para quienes no hay vida más allá de She loves you o Twist and shout, y que defienden su postura con la ciega convicción que sólo pueden acreditar un estulto o un ignaro. En cualquier caso, he de admitir que es necesario haber sido agraciado por la Naturaleza con cierto oído y una sensibilidad musical por encima de lo común para apreciar alguna de las joyas de mi época favorita. Pongo por ejemplo la canción Revolution 9, que acostumbro a cantar íntegra en los karaokes y en las bodas a las que soy invitado, algo que me ha hecho comprobar que el público, al que en los entornos que frecuento se supone culto, rara vez es receptivo con ella.

 

Esas actuaciones mías en ocasiones han dado lugar a altercados bastante molestos, similares a los que tenían lugar durante los conciertos de otro titán, en este caso semidesconocido, de nombre Jim Morrison. Cuando, con motivo o no de alguno de estos disturbios, alguien me señala como fanático de los Beatles, respondo que solamente soy admirador y estudioso de su música. El fanatismo (ese primo hermano del conspiracionismo y el pensamiento religioso) es un defecto que no poseo en la menor medida. Mi aprecio por la obra de Lennon y McCartney es crítico y racional, y está lejos de la actitud de quinceañera fascinada que muchos otros exhiben. Quien los busque, no encontrará en mi casa carteles del grupo (utilizo intencionadamente la palabra “carteles”, ya que considero que “pósteres” es una afijación inválida, un despropósito etimológico, un préstamo léxico sin pies ni cabeza). Acumulé grandes cantidades de ‘merchandising’ del cuarteto de Liverpool cuando era joven, no voy a negarlo, pero la madurez me hizo rechazar esta forma poco racional de idolatría. Al cumplir los cincuenta y cinco, me deshice de todo el material de que disponía e incluso convencí a Salomé para que quitara de encima del televisor una figurita de porcelana demasiado parecida a Ringo Starr, que había heredado de su abuela, y la guardara en un discreto cajón. Sus lágrimas al hacerlo mientras sonaba Let it be en el equipo de alta fidelidad me recordaron hasta qué punto puede ser emocionante la música cuando ha sido creada con el corazón y encuentra otro corazón gemelo y solitario en el que anidar. :D

bottom of page