Ciencia para gente de letras
Shakespeare was not in love with Science
Suelo denunciar la poca formación científica (y, lo que es más grave, el nulo respeto por la Ciencia) que tienen los hombres contemporáneos de Letras, que están a años luz de, pongamos, los antiguos filósofos en cuanto a su interés por los mecanismos del Universo, y no mucho más avanzados que ellos, a pesar de los siglos transcurridos, en lo que se refiere a su comprensión de los mismos. No obstante, y para ser justos, hay que decir que el problema viene de lejos y que ya en la antigüedad incurrieron en desatinos científicos o lógicos escritores de tanta valía como el mismo Shakespeare, cuya obra conozco a la perfección, ya que la he leído íntegra. Por supuesto, en el inglés de la época. :D
Son numerosos los errores de esta clase en los que incurre el literato nacido en Stratford-Upon-Avon, Warwickshire a lo largo de su (desde otros puntos de vista impecable) bibliografía, pero ninguno ha calado tan funestamente en la cultura universal como el que comete cuando, en un momento por todos recordado de la pieza Otelo, define a los celos como “el demonio de ojos verdes”. He de confesar que tras quedar perplejo al leer esto por primera vez, corrí a buscar un diccionario, pensando que debía de tratarse de un fallo mío al traducir. Me considero trilingüe nativo en español, inglés (británico y americano) y francés, pero es evidente que la obra de Shakespeare, que data de 1604, ofrece dificultades y presenta giros y construcciones arcaicos que pueden llevar a confusión a cualquiera. Sin embargo, la traducción era correcta: “demonio de ojos verdes”. Dejé el libro sobre la mesa, preguntándome si merecía la pena seguir con su lectura (si bien, atraído por la aleccionadora trama, la retomé instantes después).
*Luis Orlando Vargas es licenciado en Física Cuántica por la UNAM y Máster en Computational Sciences por la Universidad de Stanford. Tiene conocimientos de Matemáticas, Literatura, Pintura, Historia, Astrofísica, Música, Gastronomía, Cinematografía, Deportes, Economía, Arquitectura, Escultura, Química, Filosofía, Diseño Gráfico, Motor, Jardinería, Política, Lógica Formal e Informal, Retórica, Telecomunicaciones o idiomas como el Inglés, el Francés y el Latín Clásico. Ocasionalmente ejerce como traductor, si bien en la actualidad se dedica a la divulgación científica. Es autor del libro Pascal: el hombre tras el mito. Una biografía del padre de la pasteurización (RBA Coleccionables, fuera de catálogo) y varios cuadernos autoeditados de poesía. Es miembro de Mensa USA y Mensa España, con un CI estimado de 140, aunque él no le da importancia a ese dato. A lo largo de los últimos años, se ha destacado en la defensa del escepticismo y la lucha contra las teorías conspiranoicas.
**Ilustración de Andrea López
Querido William: los demonios no existen. Nunca lo han hecho. Sencillamente, son producto de la fantasía popular, como un hombre de tu talla bien debería saber, y no tienen su hogar en infierno alguno, sino en las leyendas ancestrales, los mitos y los textos místicos. Voy más lejos: aun suponiendo que existieran, el atribuir un determinado rasgo físico al que encarna el mal de los celos sería un gesto arbitrario y carente de justificación empírica. ¿Por qué los ojos verdes y no, por ejemplo, una nariz colorada de payaso? Dirá el lector que eran cosas de la época, en la que las supersticiones imperaban y el fanatismo religioso se filtraba, como maléfica ponzoña, en todos los grupos sociales. Discrepo: si bien reconozco que entonces la influencia eclesiástica sobre la política, la Ciencia y la vida común era enorme y perniciosa, ya había hombres de Cultura que honraban a la razón y se oponían a este tipo de magufadas, incluso a riesgo de su vida. En el mismo año en que Shakespeare publicaba el texto que analizamos, Galileo Galilei probaba su bomba de agua en el jardín de Padua, perfilaba la Ley del Movimiento Uniformemente Acelerado y observaba una nueva estrella, cuya aparición y repentino desvanecimiento le persuadieron de seguir trabajando para probar las teorías heliocentristas de Copérnico, sabio de una época aún anterior. El español Miguel Servet ya había descrito la circulación pulmonar medio siglo atrás, en un tratado cuya osadía le habría de costar morir en ejecución pública. La Ciencia y el saber se abrían paso, pese a las dificultades. Pero, no, al parecer, en casa de los Shakespeare. :D
Shakespeare otorga un papel preeminente en la aparición de los sentimientos humanos a unos demonios que no existen, pero no acaban aquí los resbalones. Sin abandonar la misma Otelo, encontramos muchas más apreciaciones inexactas o directamente aberrantes, que después han sido reproducidas hasta la extenuación en todo tipo de contextos. Pondré tan solo dos ejemplos. En la primera escena de la obra, Yago declara. "Llevaré mi corazón en la mano, para que lo piquen los cuervos". La afirmación es tan insostenible que casi mueve a sonrojo el tener que analizarla. ¿El corazón en la mano? ¿El propio corazón? Ni siquiera en esos tiempos nadie podría obviar que vivir sin corazón es imposible, ¡y aún más pasear con él en la mano! Pero el autor parece obsesionado con los bulos cardiológicos: más adelante, por boca del propio Otelo, que se dispone a dar muerte a Desdémona (del velado carácter machista de este acto podríamos hablar largo y tendido), exclama “Cambias mi corazón en piedra, y vas a hacerme cometer un asesinato”. ¿Un corazón que muta en piedra por hechizo? ¿Y que aun así, incapaz de bombear sangre, de hacer su función esencial para la vida, permite a su dueño no sólo conservar esta, sino también realizar el esfuerzo físico que supone matar a otra persona? No creo que sea necesario hacer más comentarios.
Nadie con una mínima formación, ni siquiera en esos años, habría considerado verosímil el pasaje: si el mismo Servet, muerto décadas antes, hubiera llegado a leer tales despropósitos, se habría retorcido al recordarlos en la hoguera en que abandonó el mundo. Sin embargo, tal vez por su carácter trágico y por formar parte del archiconocido desenlace de la trama, fue uno de los más exitosos de la obra y el diálogo que en él tiene lugar es aún hoy citado por muchos, que probablemente no se detengan a pensar en el significado de las palabras que a ciegas repiten. De la grandeza de la producción literaria de Shakespeare nos habla el que siga siendo seductora, a pesar de los siglos y de errores de bulto como estos, que menudean a lo largo y ancho de las páginas de sus obras completas, que ahora contemplo en los dos estantes que ocupan en la librería de mi salón, mientras Salomé me mira y sonríe, con el plumero con que cada día les quitamos el polvo de los siglos en la mano.