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Hedyphagetica

Historia, progresos y evolución de

la croqueta en la literatura española

J.M. Bellido Morillas*

El nombre de esta revista, sin duda, procede de aquella idea que expresa Pío Baroja en sus memorias, llamadas Desde la última vuelta del camino: “Si no el asunto nuevo, que ya es imposible inventar, se pueden inventar detalles. Yo creo que cuando no se es capaz de esto es en el régimen culinario de la croqueta. Se hace una obra basada en los restos de otras obras artísticas”. Pero sin duda también transpira el amor por la croqueta que expresa Ramón Gómez de la Serna en su Automoribundia contra aquella exclamación tan repetida: “¡Otra vez croquetas! solía gritar protestativo, sin saber que una croqueta leal y modesta es el huevo vital de la simpática y cómoda sociedad burguesa, y que debía prorrumpir en exaltaciones de gozo al comérmela. ¿Qué esperaba comer entonces? ¿Monumentos? ¿Pirámides? ¿Nombramientos? ¡Idiota!”.

 

Aunque sin duda España ha podido haber entrado en contacto antes con otras formas croquetiles (Don José Lezama Lima, en Paradiso, prefiere decir “croquetales”), como las africanas, de las que habla el antropólogo cubano Fernando Ortiz en Los negros brujos, de 1906 (los “akarás de Yoruba, que son siempre unas croquetas que varían según sus ingredientes”), las croquetas entran sin duda en la literatura española por vía francígena. Leandro Fernández de Moratín era muy aficionado a ellas, y las enumera entre grandes manjares en una carta de 1819 y en su poema A los niños de Arnao. En 1821 escribía, en otra carta: “Hoy como en villa, y me han prometido croquetas, con lo qual, y con los volatines de esta noche, me doy por suficientemente regalado y divertido”. La Condesa de Pardo Bazán, que ignoraba estas aficiones de Moratín, se retrotrae en La cocina española antigua y moderna sólo hasta Don Juan Valera, nacido en 1824, y a quien se refiere el Doctor Thebussem, es decir, Don Mariano Pardo de Figueroa, en sus Dos palabras que comienzan El Practicón de Don Ángel Muro, con lo que difícilmente otro “fondín de Sierra Morena”, como llama el Doctor Thebussem al establecimiento del que hablan todos ellos, habrá concitado las atenciones de tantos ingenios literarios españoles. Dice así la Condesa: “Casi siempre que se le pregunta a una cocinera qué filigranas sabe hacer, responde que croquetas, aunque suele pronunciar cocletas, crocretas o clocletas. Crocretas acabo de leer en un Manual de cocina. Viene el nombre de croqueta de la palabra francesa croquette; el plato es sin duda transpirenaico; pero está tan extendido en España, que Valera lo comió muchos años ha en una venta de Despeñaperros, y el mismo hecho de que todas las menegildas lo estropeen, indica su popularidad. Hay que añadir que la croqueta, al aclimatarse en España, ha ganado mucho. La croqueta francesa es enorme, de forma de tapón de corcho, dura y sin gracia. Aquí, al contrario, cuando las hacen bien, las croquetitas se deshacen en la boca, de tan blandas y suaves”. Esa suavidad la alaba el Doctor Manuel Martínez Llopis, médico y gastrónomo, en su libro Alimentos y nutrición, de 1961 (“En la infancia se debe proporcionar la carne preparada de un modo sencillo, siendo muy recomendable los guisos con bechamel o en forma de croquetas; también los estofados y las empanadas, confeccionadas con carne picada, son muy adecuados para los niños, a condición de que no estén demasiado sazonados con especias”); y ese diminutivo tan discutible, croquetitas, lo usa también su amante Don Benito Pérez Galdós, quien quizá lo tomó de ella: “¿Y no te comerías tú le propuso Fortunata, un muslito de gallina, una ruedita de merluza, una croquetita?”, escribe el maestro de Gran Canaria en su inmortal obra que fue, además, y como recordamos, televisada por Mario Camus.

Igualmente discutible es la presentación que propone para ellas la Condesa, digna del más kitsch anuncio de Ferrero Rocher: “El frito variado hace más plato que el frito de una sola clase, y se presta a más bonita colocación en la fuente, cuyo fondo deberá cubrirse con un paño orlado de encaje, poniendo en el centro, en pirámide, por ejemplo, las croquetas; alrededor los pastelitos, y en torno, en corona, las chuletitas o las magras encapotadas. Todo adornado con ramas de perejil fresco o frito, si puede ser, enano y rizado, que tanto decora”.

 

Para la Marquesa de Parabere (es decir, María Mestayer de Echagüe, que usaba tal pseudónimo derivado del restaurante que regentaba), en su Enciclopedia culinaria, de 1940, “Es un manjar que, por regla general, es apreciado por todos, resultando muy a menudo ventajoso, ya que se pueden aprovechar para hacerlo los restos de carne, ave o pescado, etc. No ofreciendo su confección una dificultad real, es cosa frecuente que su pasta interior no sea todo lo fina que sería necesario y que tampoco tenga su exterior la presentación debida, y es que las croquetas, para que resulten finas y bonitas, requieren ciertos cuidados y requisitos. La salsa bechamel o la salsa alemana, una u otra elemento indispensable para la pasta de las croquetas, ha de ser muy espesa; pero esto se ha de obtener a fuerza de cocerla y reducirla y no recargándole de harina. Influirá también el elemento grasoso que se emplee, resultando mucho más fino si se emplea la mantequilla (manteca de vacas)”.

 

Pero no estaría completo este artículo si no incluyéramos el valor erótico de la croqueta, horriblemente traído a colación por el dramaturgo mexicano Jorge Ibargüengoitia, en Clotilde en su casa (“Tenías las piernas muy blancas y gordas. Como si fueran croquetas. ¡Hermosas!”), y su potencial onírico, presente en la sensacional obra de literatura infantil Antoñita la Fantástica y Títerris, de Borita Casas, en la que hay un pretendiente amoroso al que se imagina “rebozado en oro y frito, como una enorme croqueta”. Un año antes, un personaje de La Babosa de Leonardo Casaccia, de 1952, resumía en las croquetas la gran tragedia de la vida: “¿Seguiré comiendo pasteles o pediré croquetas? Es bien sucio ese mozo que agarra las croquetas con la mano”.

 

 

 

 

 

 

 

 

*Prof. Dr. J.M. Bellido Morillas, presidente de la Asociación Pedro Cubero
de Cooperación y Altos Estudios
.

 

**Ilustración de Andrea López

"Acababa de hacer unas croquetas en la cocina, y había tenido cuidado de no lavarse las manos para que pudieran imprimir sobre el papel algo de aquella suciedad a la cual ningún idealista, que yo sepa, ha hecho ascos todavía" (Benito Pérez Galdós, La de Bringas).**

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