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La televisión es fantástica

Seriales (II)

Pepe Trueno

Continuamos con la continuación en el continuum temporal de las series que continuaban, los seriales.

 

Nos adentramos ya en los turbulentos años 40, que propiciaron diversiones de todo tipo a todo tipo de gente. Lo mejor de estos años es que después llegaron los 50´s y nos trajeron el rock´n´roll, las hamburguesas y las faldas de vuelo, cosas todas ellas muy agradables y, hoy en día, muy vintage.

 

Las televisiones se hicieron muy populares (tan populares que, décadas después, algunos solo hablan a través de una televisión, no por nada sino por ser más modernos).

 

Bueno, tras esta Part Two, ya nos dedicaremos a destripar en profundidad los entresijos de la revolución catódica. Mientras tanto, disfruten.

 

Ah. Como ven, no hemos hecho referencia a ninguna introducción.

Seriales, qué divertido - Part two

 

A partir de los 40, los seriales echaron mano, aún más, de personajes procedentes del pulp y de los cómics. El éxito estaba asegurado, pues las ventas de novelas baratas eran enormes y, además, presentaban personajes espectaculares que llenaban de intriga las pantallas de los cines, uno de los lugares donde el personal procuraba evadirse de los problemas que les rodeaban (las clases medias se conforman con poquito). Lógicamente siguieron existiendo seriales de aventuras más o menos exóticas (tipo Terry y los Piratas – Columbia, 1940. Dir. James W. Horne. 15 cap.), de acción (muchas de aviadores, como Captain Midnight – Columbia, 1942. Dir. James W. Horne. 15 cap., y del oeste como Red Ryder – Republic, 1940. Dir. W. Witney y J. English. 12 cap.) o policiacas (como Dick Tracy – Republic, 1941. Dir. W. Witney y J. English. 15 cap.), de excelente factura, con guiones sólidos y acción a raudales. Pero las favoritas de la chiquillería seguían siendo las de personajes con pijama y máscara en la cara. En esta década de los 40 y hasta el fin de los seriales, los bienhechores disfrazados tomaron al asalto los estudios de cine y consiguieron algunos de los más logrados espectáculos.

 

De principios de la década es la adaptación a la pantalla de uno de los más intrigantes héroes de las novelas baratas, The Shadow (Columbia, 1940. 15 cap.). El viejo conocido James W. Horne llevó al celuloide al ambiguo enmascarado nacido en las páginas de Detective Story Weekly, un magazine pulp de 1930, y que, en su versión radiofónica, contó con las voces de Orson Welles y Agnes Moorehead, la malvada Endora de Embrujada. The Shadow (Víctor Jory) es un personaje que lucha contra el mal pero es un fuera de la ley. Esta pugna interior hace más atractivo al héroe, reflejando en los 15 episodios ese especial ying-yang, esa dualidad que normalmente no caracteriza a un tipo de héroe íntegro y con todos los valores en su sitio. Recordemos que eran épocas de gran ingenuidad. La Sombra adoptaba todo tipo de disfraces para introducirse en los bajos fondos y así destruir a su némesis, The Black Tiger (Robert Fiske). Estamos ante el origen de los buenos-malos que tan buenos resultados han dado después. Interesante.

 

Si el anterior serial provenía del pulp, el que viene a continuación lo hacía de las viñetas. The Adventures of Captain Marvel (Republic, 1941. 12 cap.), dirigido por W. Witney y J. English, es la adaptación del personaje de cómic creado por Bill Fawcett como un remedo chusco de Superman. Digo chusco porque un superhéroe ultrapoderoso que tiene como archienemigo a un gusanito verde con hiperinteligencia pues no es como para tomárselo muy en serio. Bueno, a lo que vamos. El serial no es que siga al pie de la letra el argumento del cómic. Billy Watson (Frank Coghlan Jr.), vendedor de periódicos, embarcado en una expedición a una remota región de África, es investido por un poderoso mago con los poderes de 6 dioses griegos siempre que pronuncia la palabra Shazam (chorrada para curiosos. La palabreja es la unión de las iniciales de los héroes griegos. A saber: Salomón –sabiduría–, Hércules –fuerza–, Atlas –resistencia–, Zeus –poder–, Aquiles –valor–, Mercurio –velocidad–). Entre tanto, los científicos de la expedición descubren en la excavación que realizan un escorpión  de oro que tiene la capacidad de trasmutar las cosas (obviamente en oro) y un gran potencial destructor. Ante el temor de que alguien utilice su inmenso poder con fines maléficos, los científicos deciden romperlo en pedazos y repartirse los trozos entre ellos. Como dice Juanillo, “se masca la tragedia”. A la vuelta a la ciudad, los miembros de la expedición van siendo eliminados y sus trozos de escorpión, robados. Billy deberá pronunciar la palabreja para que, entre una nube de humo, aparezca el Capitán Maravillas (Tom Tyler) que tendrá que utilizar sus poderes contra los esbirros del Escorpión (Harry Worth), el maloso enmascarado que anda detrás de todo esto. Visto hoy en día, no podemos decir que el serial sea muy edificante para los jóvenes. Dos ejemplos. El Capitán agarra a un esbirro y, sin dudarlo, lo arroja tranquilamente desde una azotea que se intuye bastante alta. Otra. Unos malosos disparan al héroe con sus ametralladoras y como éste es invulnerable, las balas rebotan, en vista de lo cual, los tipos sueltan sus armas y comienzan a correr. El Capi, ni corto ni perezoso, y haciendo gala de un extraño sentido del humor, hace la gracia de coger las armas del suelo y acribillar a los esbirros con unas ráfagas por la espalda. Simpático que es el chico. Bueno, no podemos decir que sea una joya cinematográfica pero cumple su cometido a la perfección. Acción, luchas y persecuciones que hacen que el espectador olvide la mediocre calidad de sus efectos. Muy divertido.

También Tom Tyler puso cara (bueno, esta vez se la tapó) a otro gran personaje de la historieta, El Fantasma que Camina. The Phantom (Columbia.1943. 15 cap.) es un  personaje creado por Lee Falk y Ray Moore en 1939, con gran éxito en el mundo del cómic y que obviamente tenía que pasar a la pantalla. Esta especie de Tarzán enmascarado imponía su ley en la selva. Una extraña selva, situada en el Océano Índico y con unos indígenas (según el cómic, pigmeos) bajitos y con cara de cachondeo que consideran al Fantasma una especie de ídolo justiciero invencible y eterno. Bueno, la historia del tipo este podéis leerla en las enciclopedias del género, ahora vamos a lo que vamos. El paso del personaje a la pantalla llega de la mano de Breezy R. Eason, que nos cuenta cómo El Fantasma que Camina ayudará al profesor Davidson (Kenneth McDonald) y a su hija Diana (Jeanne Bates) a encontrar el tesoro de la ciudad de Zoloz y enfrentarse con los malos. Poca imaginación: el personaje cinematográfico no pasó de ser una mala caricatura del original. Un resultado tan pésimo como el de la infumable adaptación de hace pocos años (The Phantom, 1996. Dir. Simon Wincer. Int. Billy Zane, Kristy Swanson, Catherine Zeta-Jones).

 

Y, también en ese año, encontramos la primera adaptación al celuloide del mismísimo Hombre-murciélago. El personaje, nacido en las páginas de Detective Cómics en 1939 de la mano de Bob Kane y Bill Finger, tuvo un excelente serial, Batman (Columbia, 1943. 15 cap.), dirigido por Lambert Hillyer e interpretado por Lewis Wilson como Batman/Bruce Wayne, Douglas Croft como Robin y J. Carrol Naish en el papel del Dr. Daka, un villano obsesionado por conseguir todo el radio (el mineral, claro) de los USA con la ayuda de mano de obra barata que le proporciona su ejército de zombies. Acción y un sólido guión fueron las bazas de este serial, que fue reestrenado en 1966 con el título de Evening with Batman & Robin.

 

Seis años después del estreno de Batman, un nuevo serial llega a las pantallas, Batman & Robin (Columbia, 1949. 15 cap.), dirigido por Spencer Gordon Bennet e interpretado por Robert Lowery y Johnny Duncan en los papeles principales (y con unos disfraces horripilantes, todo hay que decirlo). Esta secuela, siendo benévolos, podemos calificarla de fallida. Si no lo fuésemos, podríamos decir que es un pestiño, barato y cutre. El malo, en esta ocasión, responde al alias de The Wizard, roba un ultra-súper-control remoto con el que dominar Gotham City y el Dúo Dinámico debe desbaratar sus planes. Canto de cisne del personaje dentro del mundo de los seriales cuando estos ya se encontraban a punto de desaparecer. No sería hasta 1966, con la psicotrónica serie pop, cuando se volvería a recuperar la figura del Cruzado Enmascarado. Pero eso ya es otra historia. Por cierto, era en los tebeos de la editorial Novaro sobre el personaje que llegaban a nuestro país desde allende los mares donde se calificaba a nuestros héroes de Dúo Dinámico, con lo cual no sabemos si los traductores eran fans de los cantantes pijos o Manolo y Ramón leían muchos tebeos.

Como comentábamos antes, no sólo de superhombres enmascarados vivían los seriales. En esta década, también ocupaban las pantallas las aventuras selváticas (con Jungle Jim o toda una serie de clones de Tarzán), policíacas (Dick Tracy y una miríada de agentes secretos y guardianes de la ley), vaqueros (El Llanero Solitario, El Zorro, Hoppalong Casidy y otros amantes de las llanuras) o, cosa curiosa, los seriales de aviadores (Captain Midnight, Flying G-Men u otros matanazis típicamente americanos). Todo muy variadito. Pero nosotros a lo nuestro, que no hay presupuesto para hacer una enciclopedia.

 

Tras el inciso, volvemos con otro héroe enmascarado. En esta ocasión nos encontramos con el más representativo del american way of life, El Capi, Steve Rogers, el héroe blanco, azul y rojo, Captain America (Republic, 1944. 15 cap.). Adaptación del personaje de cómic creado en 1941 por Joe Simon y el rey Kirby para luchar contra los nazis y llevar por todo el mundo los “grandes” ideales de libertad que ellos acostumbran a exportar a base de mamporros. Bueno. Aquí John English se permitió algunas licencias con el personaje. Pensaría “como es mi última realización, pues viva la virgen”. A nuestro héroe le cambian el nombre, la profesión, el uniforme y hasta le desaparece el ayudante. Pero lo realmente importante no desaparece. El componente patriótico y propagandístico está por todas partes. En estos 15 episodios, el Capitán América (Dick Purcell) se las tiene que ver con Scarab (Lionel Atwill) que, con su mortífero vibrador atómico (uyuyuyuyuy, pillín...), pretende instaurar el III Reich en el mismísimo corazón de los USA. La interpretación de Purcell fue tan intensa y entregada que falleció de un infarto al término del rodaje. Una lástima.

 

El declive de los seriales se hace cada vez más patente. La competencia con la incipiente televisión y el cambio de los gustos del público, a la vez que la aparición de largometrajes autoconclusivos de mayor gancho, propician el desinterés general y, así, los pocos productos que aparecen adolecen de falta de presupuesto, que los estudios están dedicando a las producciones más taquilleras en detrimento de estos entretenimientos poco rentables. 

Uno de los ejemplos podría ser Brick Bradford (Columbia, 1947. 15 cap.) de Spencer Gordon Bennet y también basado en un personaje del cómic creado por W. Ritt y W. Gray en 1933, que conecta con precedentes como Flash Gordon o Buck Rogers. En esta ocasión, Brick (Kane Richmond) viaja a la Luna para rescatar al inventor de un cacharro anti-misiles. Para trasladarse allí utiliza una puerta de cristal (cortesía de la falta de presupuesto para naves y efectos especiales). Encuentra un paisaje sospechosamente igual al de la Tierra (cortesía de la falta de presupuesto para decorados y ambientación) y, después, viaja al siglo XVIII para rescatar parte de los planos del cacharro (aprovechamiento de decorados de otra película del estudio, cortesía de…). Un serial de baratillo y más bien aburrido.

 

El año siguiente sí que marcó un hito en el mundo del celuloide seriado. Se llevó, por fin, a las pantallas a la figura emblemática de los cómics. Nada más y nada menos que el mismísimo hijo de Jor-el, el kriptoniano más famoso de la historia, Superman (Columbia, 1948. 15 cap.). El famoso personaje creado por el tandem Shuster/Siegel  en 1938 pasó a la pantalla, en este primer serial, de la mano de Spencer G. Bennet y Thomas Carr y con la piel de Kirk Alyn dentro del pijama. Tenía acción, ritmo y el reclamo de su éxito en los cómics y los excelentes dibujos animados de Max Fleisher. Los 15 episodios recrean el origen del personaje, desde su nacimiento en Kriptón hasta su enfrentamiento con la Mujer-Araña (Carol Forman) que, armada con un trozo de kriptonita y un rayo reductor quiere, como no, acabar con Superman y conquistar la Tierra. La mano del productor Sam Katzman se nota en la falta de presupuesto, sobre todo en las cutres escenas de vuelo. Pero como entretenimiento cumple plenamente su función.

A raíz del éxito obtenido con este debut, se rodó una segunda entrega con los mismos actores, Atom Man vs. Superman (Columbia, 1950. 15 cap.). Fue una secuela digna y en la que aparece el gran archienemigo  del hombre de acero, Lex Luthor. En 1951 se rodó una película, Superman and the Mole Men (Lippert, 1951. Dir. Lee Sholem), que era en realidad una especie de episodio piloto de la serie que, ya en televisión, inició en 1953 el paso de los seriales a la pequeña pantalla. Protagonizada por el malogrado Steve Reeves, nada que ver con el también malogrado Christopher Reeve (¿existirá una maldición Superman como la de Poltergeist?... Sospechoso), y de la que hablaremos más adelante.

 

La debacle del mundo seriado se acercaba inexorablemente y muy pocos de los productos cumplían ya con los mínimos exigidos.

 

King of the Rocket Men (Republic, 1949. 12 cap.) cumplía bastante bien. Buenos efectos especiales y un correcto guión. Este antecedente de Rocketeer tenía que descubrir al Dr. Vulkan entre los científicos que integraban la Science Associates y detenerle antes de que destruyera Nueva York. Tristram Coffin y Mae Clarke encarnaban a la pareja protagonista de, quizás, el último serial digno de ese nombre.

 

Los coletazos de este género los pusieron producciones muy baratas (y, todo hay que decirlo, aburridas) como Flying Disc Man from Mars (Republic, 1951. 12 cap. Dir. Fred C. Brannon), Mysterious Island (Columbia, 1951. 15 cap. Dir. Spencer G. Bennett), Radar Men from the Moon (Republic, 1952. 12 cap. Dir. Fred C. Brannon) o Zombies of the Stratosphere (Republic, 1952. 12 cap. Dir. Fred C. Brannon), en la que aparece el mismísimo Leonard Nimoy, el puntiagudo Spock de Star Trek, en uno de sus primeros papeles.

 

La mayoría de los libros que tratan este género colocan a The Lost Planet (Columbia, 1953. 15 cap. Dir. Spencer G. Bennett) como el último de los seriales. Una típica historia de científicos locos intentando dominar la Tierra a base de robots y malas artes y con héroes intrépidos que desbaratan sus planes hasta acabar con ellos. Vamos, nada muy original.

 

El testigo de los seriales lo recogió con entusiasmo la televisión, que comenzó con fruición a producir series con una gran influencia de los argumentos del género fantástico, que, hasta el día de hoy, nos siguen proporcionando horas y horas de diversión. Y sin salir de casa.

 

Pero eso es otra historia.   

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