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Estilo de vida

Seis minusvalías que puedes fingir

para cobrar la pensión

Camilo de Ory

Vivimos tiempos en los que el Estado tiende a desentenderse de las necesidades de sus miembros más humildes. Una época catastrófica en la que es tan fácil quedar sin trabajo como difícil conseguir vivir sin trabajar. Tiempos malos para los artistas y el resto de partidarios de la existencia contemplativa, es decir,  para lo que el clásico llamó la lírica, pero también para los individuos pragmáticos que hasta hoy se las habían apañado aceptablemente para llevar un pollo asado a la mesa cada domingo. Ahora a muchos de nosotros nos resulta casi imposible ganar lo suficiente para subsistir, y las alternativas que se nos presentan a los métodos tradicionales son pocas. Está el siempre esquivo braguetazo, una forma de patrocinio en decadencia debido a la menguante sensibilidad del sexo opuesto, sea este el que sea, para la belleza no corporal. También cabe abandonarse a la indigencia, que no todos somos capaces de llevar con dignidad y que termina pasando factura a la salud y a la reputación, o, si nuestro físico y creencias nos lo permiten, sumergirnos en el mundo de la prostitución, con los inconvenientes que esta alternativa trae consigo.

 

Hay otra salida. Aunque los sucesivos gobiernos ha recortado prestaciones en todos los campos, la presión social ha hecho que los discapacitados, tanto físicos como mentales, sigan disfrutando de una relativa, si bien insuficiente, cobertura. Esto es una ventaja sobre todo si ya eres de por ti discapacitado, físico o mental, pero hay documentados casos de hombres animosos que se han autoinfligido lesiones con el objeto de acceder a las prestaciones dedicadas a las personas con minusvalía, con mayor o menor éxito. Sin llegar a ese extremo, muchos simulan dolencias o exageran las que ya tienen, con idéntico fin. No es que te propongamos que hagas lo mismo, pero sí queremos que sepas que existe la posibilidad, con la advertencia de que si la cosa sale mal te acarreará consecuencias legales: engañar al Gobierno con fines lucrativos es un delito que te puede echar encima a la Abogacía del Estado, que es el equivalente jurídico del equipo de fútbol que siempre juega en casa y cena cada noche con los árbitros. Pero, a estas alturas, ¿qué tienes que perder? Una enfermedad bien fingida te dará acceso a cupos preferentes en las oposiciones a la función pública, a bolsas de trabajo, a descuentos en los museos o en la matrícula de carreras universitarias e incluso, si consigues pasar los arteros filtros que la Administración dispone para evitarlo, te proporcionará una bonita pensión.

 

Hemos escogido para ti seis afecciones o síndromes que puedes impostar si decides tomar ese camino. Los síntomas son lo suficientemente llamativos como para que cualquier persona con algo de talento escénico pueda dramatizarlos pasablemente. Sin embargo, no bastará con que seas el Marlon Brando de los tribunales de valoración: en muchos casos necesitarás que un médico mienta en tu favor y te proporcione informes que aportar en tu causa. De momento no hay muchos dispuestos a hacerlo, pero esperamos que esta figura surja con fuerza, al igual que surgieron los aborteros filantrópicos en la época en la que las embarazadas adolescentes se veían abocadas a solucionar la cosa en la clandestinidad. Sin más, vamos con nuestro Top 6 de taras ficticias. ¡Elige la tuya!

Bulimia. La ventaja de esta modalidad es que te permite comer todo lo que quieras, y cuanto más mejor, siempre y cuando después lo vomites. Además, las reuniones de terapia grupal con veinteañeras de personalidad caótica pueden resultar muy inspiradoras si uno es un hombre, aunque si uno es un hombre será bastante difícil que alguien llegue a creer que es bulímico. La bulimia es un mal aparentemente frívolo pero en realidad demoledor, que pone en serio peligro la vida de quienes lo sufren. Al margen de eso, tiene resonancias neronianas: recordemos que en los banquetes de la antigua Roma era costumbre hacer una pausa y vaciar el buche para poder seguir comiendo. Y también que Nerón, paradigmático practicante de esta maniobra, le terminó prendiendo fuego a la ciudad, llevado por sus arrebatos enfermizos. Egregias bulímicas son la difunta Lady Di, Paris Hilton y Jane Fonda, y a ninguna de ellas le ha ido mal del todo en la vida. 

Autismo. Lo más sencillo es tomar como modelo al héroe que encarnaba Dustin Hoffman en Rain man, sobre todo porque probablemente también sea lo que los psicólogos tienen en la cabeza a la hora de hacer un diagnóstico. Son comunes en los autistas las conductas repetitivas e inusuales, y eso es una oportunidad para que dejes tu sello en el personaje, ya sea a través de un gesto característico o una muletilla genial y chistosa. Si tu orgullo te impide asumir una identidad de este tipo, tienes la alternativa del mal de Asperger, una versión light y plenamente operativa desde el punto de vista intelectual del trastorno, que ha sido padecida por numerosos científicos y pensadores de valía, como Albert Einstein, Nicola Tesla, Isaac Newton o Bill Gates.

Esquizofrenia. La verdadera reina de las enfermedades mentales, permite al actor que la interpreta dar rienda suelta a su instinto y adornarse con todo tipo de lances, mojigangas o salidas de tono. Para el que encarna a un esquizofrénico, sobreactuar es actuar. “Esquizofrenia”, en realidad, es un término que abarca un amplio abanico de trastornos que pueden expresarse a través de todo tipo de síntomas: catatonias en las que uno se convierte en un muñeco estático y tan moldeable como si fuera de plastilina, delirios de grandeza que nos igualen a Churchill o al paradigmático Napoleón, alucinaciones auditivas que hagan de nosotros lo contrario de un sordo que sólo oye lo que quiere oír, impulsos mórbidos que nos empujen a infringir leyes y mandamientos o apatía absoluta, incapacitadora y por lo general crispante para los que nos rodean y necesitan que hagamos algo. Un guión médico abierto a la improvisación que haría feliz tanto al Buster Keaton más hierático como al Jim Carrey más festivo.

*Ilustraciones: Denis Lajúper

Depresión mayor. Compatible con el temperamento artístico y la inactividad derivada de este, ha sido abrazada por innumerables creadores desde que el tiempo es tiempo. Antiguamente se le llamaba “melancolía”, y eso ya nos da una pista sobre la actitud interpretativa que hemos de tomar para simularla. De cara al público y al tribunal, ayudará lanzar comentarios negativos sobre uno mismo, mostrarse indolente y hacer alguna velada alusión al suicidio. Las ropas oscuras y el maquillaje gótico serán un detalle de guardarropía muy a tener en cuenta. Los accesos ocasionales de furia son optativos.

Parálisis cerebral, esclerosis lateral amiotrófica y atrofia muscular espinal. Tres males diferentes pero con rasgos comunes que los convierten en parte de un mismo todo desde el punto de vista actoral. Muy exigentes en cuanto a la interpretación, proporcionan a quienes las acreditan un casi inmediato prestigio, debido a la labor de zapa de Stephen Hawking, Pablo Echenique o El Langui. Se puede decir que la silla de ruedas es el equivalente contemporáneo de la bata blanca, que dejó de ser una prenda distintiva de la gente sabia cuando empezaron a usarla los dependientes de charcutería. Los paralíticos cerebrales son los aristócratas de la discapacidad, una raza de hombres de talento que se ha sobrepuesto a las limitaciones con que el azar los ha castigado y al contradictorio nombre con el que la Ciencia los designa, ya que, a juzgar por las evidencias, lo único que no tienen paralizado es el cerebro.

Síndrome de Pallister-Killian (SPK). Según el Portal de registro de enfermedades raras, curiosamente dependiente del Ministerio de Economía y Competitividad, el síndrome de Pallister-Killian (SPK) es un síndrome raro que provoca múltiples anomalías congénitas y déficit intelectual, causado por tetrasomía 12-p en mosaico y restringida a tejido. La incidencia no está claramente definida y se estima en aproximadamente 1/25.000.  Se trata de una afección inaudita que apenas ha sido estudiada: si consigues que un médico jure que la padeces, todo será un camino de rosas. Apenas existen especialistas que sepan de qué va la cosa y nadie te va a hacer preguntas que lo pueden comprometer más a él que a ti mismo. No hay nada como la ignorancia absoluta en un tema para empujar a la persona que la sufre –en este caso, el integrante del tribunal médico– a fingir que lo conoce todo acerca de él y pasar página inmediatamente, firmando lo que sea para quitarse el marrón de encima, con una sonrisa tan nerviosa como portadora de buenos augurios para nuestro futuro. En fin: la suma de circunstancias es tan favorable al éxito que hace que la presión interpretativa se diluya hasta casi desaparecer y que baste con fruncir ligeramente el ceño o impostar un levísimo tic, elegido al azar de entre todos los posibles, para que nuestra ‘performance’ resulte convincente. 

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