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Cretineces

Conspiración en Ciudad del Ámbar

Anxo F. Couceiro

Directora Schibenz:

 

Me dirijo a usted con ánimo de comentar el estado lamentable de mi hijo Eustace. En casa estamos seriamente preocupados. He intentado ponerme en contacto varias veces con su tutor, el Señor Requena, con poco tranquilizadores resultados; tan poco tranquilizadores, de hecho, que me atrevería a sugerirle que mandara examinar al Señor Requena por un psiquiatra, pues no lo creo en el pleno uso de sus facultades mentales. Pero éste es un tema que merecería nueva correspondencia. Yo lo que quería era hablarle de mi hijo.

 

Alguien tan risueño como Eustace no debería caminar como si estuviera perseguido por una colección de nubarrones, rayos y borrascas tremebundas. Es un chico diligente a quien no quisiera yo, por una cuestión de modestia, calificar como bien educado, pero que nunca en su vida había tratado a los adultos con tanta descortesía como viene haciendo en las últimas semanas. Le preguntas algo y no responde. Haces una observación sobre cualquier asunto y reacciona obsequiándote con mohines e indescifrables farfullamientos. Pasa horas encerrado en su cuarto haciendo Dios sabe qué trágicas diabluras.

 

Se sabe que los niños son esponjas y tienden a contagiar sus ánimos del ambiente que les rodea, y dado que la rutina de su hogar no ha cambiado un ápice, me inclino a pensar que las virtuales huellas de este misterio nos conducen hasta la escuela que usted dirige con no sabemos aún si firme o temblorosa mano (pues, si no me equivoco, lleva apenas seis meses en el cargo).

 

Esperando que pueda resolver mis dudas, le mando un saludo con dos sonoros besos mejilliles.

 

(Mua, mua.)

 

Atentamente,

 

Rebeca de Spinetto García

 

 

 

 

Señora Spinetto:

 

Su hijo sufre depresión desde hace cuatro meses. Considero espantoso el que haya tardado tanto en darse cuenta. La explicación es bien sencilla, y para hallarla sólo tiene que calcular la diferencia entre su peso actual y el que tenía antes. Cuando llegué a la escuela, Eustace era un muchacho atlético de notable popularidad entre sus compañeros; hoy, en cambio, es un nauseabundo saco de manteca al que el resto de alumnos han elegido como diana común para la injuria, el escarnio y las eventuales palizas.

 

Espero haber contestado a su pregunta,

 

Marguerite Schibenz, directora del C.E.I.P. Solecito

 

 

 

 

Directora Schibenz:

 

En 12 años como presidenta de la Asociación de Padres de Alumnos (posteriormente rebautizada gracias a las reivindicaciones de colectivos feministas como Asociación de Madres y Padres de Alumnos), en tanto progenitora de, primero, mi hija mayor Daniela, después, mi hija mediana Lourdes, y por último, de mi hijo pequeño Eustace, he de decirle que nunca, jamás, había sentido tanto asco por una persona de la comunidad educativa como el que ahora siento hacia usted, luego de leer (varias veces) las calumniosas palabras que pueblan el escrito que me ha hecho llegar, hasta el punto de que todavía no las creo reales. ¿De verdad está llamando GORDO a mi hijo?

 

Rebeca de Spinetto García

 

 

 

 

Querida Marguerite:

 

Los padres empiezan a sospechar. ¡Maldita sea! ¡Esos entrometidos! He intentado hacerme el longuis mediante todas las ceremonias que conozco en calidad de funcionario del Estado y, en consecuencia, vago profesional, pero no he podido impedir que las alarmas salten en los suspicaces padres del Sujeto 33, alias Eustace Pérez de Spinetto. 

 

Para que te hagas una idea, la última visita que me hizo la madre hubo de ser abortada por mí con la excusa del aterrizaje OVNI que, según mis cálculos, iba a producirse en el cuadrante H de la Zona R del mapa de Ciudad del Ámbar, y que no podía perderme por nada del mundo. Naturalmente, era una elaboradísima trola para sacármela de encima. Como sabes, yo jamás antepondría mis intereses ufológicos a mis obligaciones académicas. Mis excusas no eran de chicle: la misión estaba en peligro y debía ser protegida, así que mentí, ¡mentí!, y volvería a hacerlo. 

 

¿Cuál es el protocolo a seguir a partir de ahora?

 

Bernard Requena, profesor de Conocimiento del Medio

 

 

 

 

Dulce, dulce Bernard:

 

Tu lealtad me inspira cada vez más ternura. Eres tan devoto como eficiente. Sabré recompensar tus esfuerzos, no lo dudes.

 

En lo que se refiere a nuestros planes inmediatos, te informo de que la prioridad es seguir engordando al cerdo. No debemos temer por las medidas de los padres, ya que son unos cacahuetes mentales y, si las toman (cosa que acabarán haciendo, pero tarde), nuestras espaldas permanecerán cubiertas. Todo está previsto para que el Sujeto 46 mantenga la armonía en nuestro gobierno.

 

Si recibes más comunicaciones de esa indeseable gente, continúa dándotelas de majara. Eso los mantendrá entretenidos. ¡Ah! Y no te olvides de mantener el contacto con J.W.B., nuestro contacto en la Oficina del Alcalde. Sospecho que estos rufianes podrían echar mano de sus influencias políticas para derribarnos.

Un cómplice guiño de superiora a cada vez más próximo subordinado,

 

Marguerite Schibenz, directora del C.E.I.P. Solecito

 

 

 

 

Profesor Requena:

 

Le escribo porque, sin ser yo machista ni nada de eso, entiendo que en determinadas ocasiones algunos conflictos han de ser resueltos entre hombres. Esta intervención masculina se hace necesaria en casos de encallamiento como el que parece concernir a mi familia y a su trabajo, ¿no cree? Estoy seguro de que sabe de lo que le hablo.

 

Me hallo consternado ante dos hechos, profesor: el primero, la destrucción física y moral de mi hijo Eustace; y el segundo, la fastidiosa respuesta que nos han dado ustedes, los de la escuela, a tan peculiar inconveniente. No se olviden, ojito, vaya, de que son corresponsables de la nutrición de Eustace según las leyes del Estado y el acuerdo que el gobierno local ha establecido de cara a la promoción de los comedores públicos en las instituciones de enseñanza. Cuál es mi sorpresa cuando, en el marco de ese compromiso, ustedes responden a las inquietudes de mi esposa con nada menos que gansadas e insultos. ¿Qué le parece? ¿Diría que exagero al hablar de gansadas e insultos, profesor Requena? Las gansadas son de su cosecha, y los insultos, de la directora (por si necesitaba una esquemática elucidación de los términos, cosa que dudo). 

 

Como usted sabe, mi familia es humilde y no puede permitirse dispendios fabulosos como una niñera. Nos es tan necesario el trabajo que nos permite traer comida a casa como el servicio del comedor escolar para, haciendo de la frase hecha “traer la comida a casa” una mera formulación retórica, mantener al niño atareado y a cargo de unos adultos responsables mientras su madre y yo nos deslomamos en el precario laburo. Empero, si ustedes porfían en no dar respuesta a nuestras súplicas, nos veremos obligados a retirar al niño del comedor, ya que hemos detectado con más ayuda de un médico que de las ariscas palabras de la directora Schibenz, un porcentaje poco recomendable de cochino sebo en las hechuras de nuestro hijito. Este acto de envenenamiento, le aviso ya, no puede quedar impune, y si no se detiene de inmediato, será denunciado al alcalde para que les retire la licencia.

 

Quedo a la espera de su reacción.

 

Salomon Pérez

 

 

 

 

¡Hum! ¡Sabía que volvería con este tema! Yo sólo puedo decir:

 

Tróquili moche, púchala espuche, cuálili cuálili bu, el advenimiento de los seres del espacio está más cerca, los hijos de los truenos temblarán, ¡ja, ja, ja, ja! ¿Quiere probar mi semen? Ha salido espumoso, falto de consistencia y con un poco de sangre, tal como si fuera una flema. Adjunto muestra.

 

Bernard Requena, profesor de Conocimiento del Medio

 

 

 

Estimado señor alcalde:

 

Le escribo desesperada. Dios sabe que no soy persona afín a la idea de molestar a las autoridades con bagatelas, ya que, durante los ocho años que residí en el número 46 de Gwyneth Beeput, Distrito 3, siendo vecina de la anciana señora Freeman puerta con puerta, aprendí que el acoso reiterativo al cuerpo de policía y los representantes democráticos locales, por muy aparentemente nobles que pudieran parecer los propósitos, sólo traía como consecuencia el que la tomaran a una por loca, pues era así como definíamos todos a la antedicha señora Freeman, quien no cejaba en su empeño de interponer toda clase de quejas, denuncias y enviar cartas al periódico dominical para solventar males menores de interés municipal, los cuales podían ir desde una farola rota hasta una simple gotera, de manera que, entiéndame, señor alcalde, en ningún caso desearía yo presentarme ante usted como una figura análoga a la de mi antigua vecina, vomitiva momia a quien llegué a odiar intensamente, sino como una honrada ciudadana que, cuando molesta, cuando reclama, cuando alza la voz, lo hace armada de razones poderosas, y no llevada por la psicosis.

 

Mi hijo está siendo asesinado.

 

¿Ha suspirado ya? ¿Se ha retirado de la mesa unos centímetros y ajustado sutilmente las gafas para asimilar el calamitoso giro que acabo de dar en mi carta? El infanticidio suele producir ese efecto en quien es informado de su amenaza. Si ése es el estado en el que se encuentra usted después de haber leído el tercer párrafo de mi escrito (que he abreviado en una sola línea para potenciar el efecto dramático de su lectura), imagínese cómo me encuentro yo, la madre de la víctima.

 

Mi dulce Eustace está siendo cebado en el comedor escolar del C.E.I.P. Solecito con intenciones que escapan a mi entender, pero que están acabando con su salud. Al intentar elucidar esta cuestión con la directora del centro, sólo he encontrado evasivas y malas palabras. Por otra parte, mi marido se ha puesto en contacto con el tutor del niño para aclarar de hombre a hombre el estado de la cuestión, recibiendo como respuesta una asquerosa carta pringada de efluvio viril. Eso (¡ja!) es inaceptable. Temo que el centro educativo donde por ley debo mantener matriculado a mi hijo haya sido tomado por un ejército de subnormales homicidas. Es por ello que exijo una pronta intervención del consistorio en este asunto.

 

¿Entiende la gravedad de mi demanda? No es baladí, señor alcalde. Le repito: mi hijo está siendo asesinado.

 

Y yo espero justicia.

 

Expectante, le deja

 

Rebeca de Spinetto García

 

 

 

 

A la atención de REBECA DE SPINETTO GARCÍA

 

He leído su misiva con gran atención. Le confieso que acostumbro a responder a algunas cartas de los ciudadanos con plantillas automáticas. Se trata de una práctica habitual en política que no me agrada especialmente, pero que se hace necesaria ante la avalancha de asuntos que han de ocupar el tiempo de un gobernante de mi responsabilidad. Esto no significa que desde la Oficina del Alcalde desatendamos las demandas de nuestros vecinos, sino que sencillamente nos vemos obligados a proceder de una manera algo impersonal para así poder resolver los problemas que se nos plantean de una manera fría, dedicada; esto es: profesional. Lo personal y lo profesional, ya sabe usted, no siempre van de la mano; y en política, incluso, pueden resultar elementos opuestos.

 

Sin embargo, he de decir que en su caso me he visto obligado a hacer una salvedad. Hablamos de un suceso escandaloso que exige inmediata resolución. El tema que ocupa sus pensamientos se halla ahora también en los míos y los de mi equipo de gobierno. Sin duda nos hemos topado con un caso de interés no sólo particular para usted o para mí, sino para todos los habitantes de Ciudad del Ámbar.

 

En los sucesivos días, trabajaré para resolverlo con todo el empeño y la entereza de mi voluntad política, que, como reza la publicidad electoral para las votaciones de noviembre, es infinita.

 

No se me olvidará su caso.

 

Saludos cordiales,

 

Anthony Ruiz de la Serna, alcalde de Ciudad del Ámbar

(Alcalde RdlS: una voluntad política infinita)

Querido alcalde de la Serna:

 

Aquí una votante, aquí una ciudadana, aquí una madre.

 

Como usted bien sabrá, pues me consta hombre informado sobre las cuestiones de interés civil en la ciudad que rige con mano sensata y nervio de acero, desde el año pasado soy directora del C.E.I.P. Solecito. El motivo de mi carta es explicarle el maestro plan que he trazado para el gobierno de la institución educativo que represento. Un puesto de esta responsabilidad exige la toma de decisiones controvertidas, al igual que en el caso de un regente municipal; de ahí que esté segura del buen puerto al que nuestro diálogo parece abocado, ya que se trata de una comunicación entre iguales. En honor a ese espíritu audaz que preside las almas de los líderes como nosotros, me he visto obligada a tomar una de esas decisiones difíciles de las que hablábamos antes, consistente en cebar a un alumno, llenándole el estómago de productos fritos durante sus estancias en el comedor escolar, para de esta manera convertirlo en blanco fácil de las burlas colectivas.

 

Supongo que no hará falta que entre en detalles sobre el motivo de esta acción estratégica: es evidente y salta a la vista de cualquiera, ¿no? De todos modos, y por pura precaución y cortesía, lo haré. Los grupos sociales son incontrolables hasta un punto tan radical que no podemos sino intentar controlarlos, si entiende usted lo que quiero decir. Para ello, los líderes de una comunidad como la nuestra disponemos de algunas herramientas, que debemos usar con astucia. Igual que un jugador de ajedrez no puede precipitarse a la hora de mover a la reina, nosotros, los próceres a los que la gente común dirige su expectante mirada en busca de soluciones, tenemos la responsabilidad de cuidar nuestras propias fichas estrella. El elemento clave del que le estoy hablando, alcalde mío, alcalde nuestro, es el que denominamos internamente en el colegio como Sujeto 33, por ser éste el número que le corresponde en el listado de alumnos. Se trata de Eustace Pérez de Spinetto, antaño líder del equipo de fútbol y hoy víctima del acoso escolar por obra y gracia de mi gestión. ¿Se puede creer que a mi llegada en el C.E.I.P. Solecito la delincuencia campaba a sus anchas? Robos, profesores amenazados, ruedas de coche pinchadas, peleas constantes en el patio del recreo… El motivo de este desorden social era la ausencia de un saco de boxeo común donde descargar esa rabia acumulada, un chivo expiatorio que en el imaginario de los niños concentrara las culpas de tanto fracaso y tanta desesperación infantil, o sea, un bouc émissaire, si nos ponemos algo parisinos. Para ello, decidimos convertir al alumno más envidiado por todos en el alumno más fácilmente agredible por todos. Ingeniosa jugada, ¿no cree? El índice de delincuencia en el colegio se redujo un 70% desde que empezamos a moldear a Eustace en el gordito punching ball  que ahora es.

 

Ahora viene la parte negativa: los padres están disgustados. Temen por la salud del niño, que, además, se ha vuelto taciturno. Los muy egoístas no entienden la importancia de lo que estamos construyendo en Solecito. Amenazan, incluso, con emprender acciones legales. ¡Acciones legales! ¿Se lo puede creer? ¿Acaso importa más el deterioro de un solo niño que el deterioro de toda una sociedad educativa? Algunas mentes estrechas piensan que sí. Aaaaaaaaunque, por supuesto, el amparo del Gobierno Municipal en este asunto nos libraría de posibles complicaciones. Pienso que, de cara a la futura asamblea de la Junta Escolar y de las elecciones de noviembre, a ninguno de los dos nos convendría que las histéricas demandas de esta gente fueran atendidas. ¿Y usted? ¿No opina lo mismo? Estoy segura de que sí. Póngase en contacto rápido para bosquejar una estrategia común.

 

Besos.

 

Marguerite Schibenz, directora del C.E.I.P. Solecito

 

 

 

 

A la atención de MARGUERITE SCHIBENZ:

 

He leído su misiva con gran atención. Le confieso que acostumbro a responder a algunas cartas de los ciudadanos con plantillas automáticas. Se trata de una práctica habitual en política que no me agrada especialmente, pero que se hace necesaria ante la avalancha de asuntos que han de ocupar el tiempo de un gobernante de mi responsabilidad. Esto no significa que desde la Oficina del Alcalde desatendamos las demandas de nuestros vecinos, sino que sencillamente nos vemos obligados a proceder de una manera algo impersonal para así poder resolver los problemas que se nos plantean de una manera fría, dedicada; esto es: profesional. Lo personal y lo profesional, ya sabe usted, no siempre van de la mano; y en política, incluso, pueden resultar elementos opuestos.

 

Sin embargo, he de decir que en su caso me he visto obligado a hacer una salvedad. Hablamos de un suceso escandaloso que exige inmediata resolución. El tema que ocupa sus pensamientos se halla ahora también en los míos y los de mi equipo de gobierno. Sin duda nos hemos topado con un caso de interés no sólo particular para usted o para mí, sino para todos los habitantes de Ciudad del Ámbar.

 

En los sucesivos días, trabajaré para resolverlo con todo el empeño y la entereza de mi voluntad política, que, como reza la publicidad electoral para las votaciones de noviembre, es infinita.

 

No se me olvidará su caso.

 

Saludos cordiales,

 

Anthony Ruiz de la Serna, alcalde de Ciudad del Ámbar

(Alcalde RdlS: una voluntad política infinita)

 

 

 

 

Estimada directora Schibenz, o, como la llamamos en casa, “la cerda”:

 

Sus horas están contadas. Me he puesto en contacto con el señor alcalde (¡ja!) con muy positivos resultados. La colaboración entre nosotros es cosa hecha. Tengo a las instituciones públicas de mi parte para:

 

     1. Retirar a mi hijo de sus garras.

     2. Ponerlo a dieta.

     3. Destruir su carrera y la del profesor Requena como educadores.

 

¿Y usted? ¿Qué tiene? ¿Cuáles son sus bazas? La dejo ya, no sin antes expulsar de mis adentros una triunfante carcajada.

 

Rebeca de Spinetto García

 

 

 

 

Señora de Spinetto:

 

Lamento comunicarle que el alcalde tiende a responder con plantillas automáticas a las pueblerinas excitadas como usted. Él es un hombre ocupado que sólo accede a dar su punto de vista personal en los dilemas que se le plantean cuando éstos provienen de gente con clase.

 

Tal es mi caso, me temo. Hoy mismo he recibido una carta firmada de su puño y letra donde se muestra entusiasmado con el plan educativo que he trazado para su hijo Eustace, prestándose a colaborar en él (y cito textualmente) “con todo el empeño y la entereza de mi voluntad política”. No hace falta que le recuerde que la voluntad política de nuestro alcalde es infinita, al contrario que mi paciencia. Por favor, no escriba más. Loca.

 

Marguerite Schibenz, directora del C.E.I.P. Solecito

Señoras, señores. En ningún momento tuve conocimiento de los aviesos planes que tramaban juntos el alcalde de la Serna y la directora Schibenz. Sabía que mantenían un idilio amoroso, por supuesto, pero nunca pude haber sospechado que en lugar de ocupar su tiempo con la gimnasia del amor lo harían con enrevesados planes para engordar niños hasta la muerte. Soy consciente de que estos alevosos rufianes falsificaron mi firma en la correspondencia que los padres del niño afectado quisieron mantener conmigo. Nada tuve que ver yo en esas chifladas cartas, que fueron maquinadas por la criminal pareja a mis espaldas. A estas alturas es propicio recordar, asimismo, que el correo nos era intervenido a los docentes durante el Reino del Terror de la directora Schibenz.

 

No negaré que la actitud sádica, tiránica y cruel de la mentada directora la hace acreedora de las más altas sospechas en cualquier asunto relacionado con la maldad humana, pues así, con sadismo, tiranía y crueldad, obraba ella en su día a día laboral con todos nosotros, los profesores, más los numerosos alumnos que hacía pasar a su despacho, sin embargo, nunca imaginé que pudiera llegar tan lejos, por lo que me abstuve de hacer denuncia alguna a las autoridades. Ahora me arrepiento. Es justo que odiemos a esta puerca, por eso les animo a odiar conmigo: una amiga me dijo en cierta ocasión que el odio común hacia algunas indeseables personas concretas une a las sociedades nobles, y me consta que los vecinos de Ciudad del Ámbar se ven reflejados, en convivencia, con esa definición.

 

Mas una cosa es cierta. Si bien los siniestros métodos de este dúo maléfico eran para mí un misterio, me daba en la nariz que algo pasaba con el niño fallecido (desde aquí, mis respetos a la familia). Es por ello que hará cosa de una semana tuve a bien ponerme en contacto con el concejal Johan Wellington Beans, a quien puse al tanto de mis sospechas sobre el peso de Eustace, la responsabilidad de la directora en este hecho, y la aquiescencia del alcalde, que ignoraba mis cartas (así como las de la familia del niño, según hemos sabido luego). Y he de decir que las investigaciones del concejal Beans estaban ya en marcha y a punto de arrojar luz sobre el asunto, pues es hombre de corazón generoso que no pasa una a los malhechores. Hace unos días me informó de que había encontrado en el ayuntamiento una carta de Schibenz dirigida al alcalde donde le pedía, con palabras cómplices, ayuda en su canallesco homicidio. Es una lástima que Eustace muriera antes de que el admirable Beans llegara al fondo exacto de estas pesquisas. ¯\_(ツ)_/¯

 

Por la presente, y hago notar que siempre he querido decir “por la presente”, declaro en esta carta al director escrita al Ámbar Journal, que:

 

    a) Soy inocente de la conspiración urdida contra la salud de Eustace Pérez de Spinetto.

 

y   b) Votaré a Johan Wellington Beans como alcalde en las inminentes elecciones de noviembre, para las cuales, además, ha anunciado llevar en su lista a los padres del malogrado infante.

 

                      Bernard Requena, profesor de Conocimiento del Medio

y una más de las víctimas de la conspiración que ha

sumido en la tristeza a Ciudad del Ámbar.

Se hace necesaria una nueva esperanza. Vote Beans 

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